No más @realDonaldTrump: revisitando la paradoja de la tolerancia
Antes de comenzar, debo hacer una advertencia: no soy filósofo. Pero, creo que vale la pena arriesgarme a incursionar en ella para abordar temas que a todos nos interesan: la libertad de expresión, el extremismo, la tolerancia y la democracia.
Twitter y Trump
En la tarde del 8 de enero (2021), la red social Twitter «suspendió» de manera permanente la cuenta de Donald Trump. La razón, esencialmente, el papel del presidente y sus trinos en la toma del Capitolio por parte de sus seguidores. De inmediato, Trump reaccionó afirmando que esta decisión constituía un intento de «silenciarlo» y atentar contra la libertad de expresión.
La discusión:
Los seguidores y simpatizantes del presidente —como el embajador colombiano en Estados Unidos, Francisco Santos, o el Centro Democrático— calificaron esta decisión como un ataque a la libertad de expresión y, por tanto, un acto antidemocrático, resultado de la denominada cancel culture. Un acto de intolerancia.
Por su parte, los opositores de Trump aplaudieron la decisión y afirmaron que era necesaria para limitar el mensaje incendiario del presidente. Señalándolo como el responsable de los sucesos que ocurrieron el pasado miércoles (enero 6), protagonizados por una turba de supremacistas raciales, seguidores de teorías de la conspiración, miembros de milicias y extremistas de derecha.
Entonces, las preguntas que se nos plantean son las siguientes:
¿Debemos acallar todas aquellas posturas extremistas para poder defender nuestras sociedades?
¿Tienen derecho a expresarse las personas que tienen ideas radicales, como los supremacistas raciales, los neonazis o los seguidores de teorías de conspiración?
Al negarnos a aceptar y tolerar este tipo de ideas, ¿somos tan intolerantes como ellos? ¿Debemos exigir a las redes sociales que eliminen sus cuentas, cierren sus grupos y bajen sus videos para eliminar este tipo de ideas?
Responder a estas preguntas no es algo sencillo. Producen un dilema que es ético y político, a la vez. Que contraría a aquellos que nos sentimos defensores de la democracia y la libertad, convirtiéndonos en lo que rechazamos.
¿Cuándo debemos ser intolerantes?
En líneas generales, se nos ha enseñado que en una democracia existen diversas posturas y opiniones sobre los diferentes temas, que debemos respetarlas y reconocerlas tan válidas como las nuestras. Esto hace parte de la riqueza y uno de los pilares de nuestras sociedades.
Como sociedades diversas y plurales, es normal que se presenten conflictos y diferencias entre sus miembros. En esas ocasiones, se espera que acudamos a la discusión y al debate, que cada uno defienda sus ideas. Esto es lo que Jürgen Habermas llamó la racionalidad comunicativa.
Pero, ¿cómo podemos aplicar la racionalidad comunicativa ante personas cuyas ideas afirman que: «el país se convertirá en una próxima Venezuela»; «los demócratas, liderados por Hillary Clinton, tienen un red de prostitución infantil para sacrificar a los niños en rituales satánicos»; «el presidente Trump es un defensor de la libertad que lucha contra un Deep State de la élite mundial, conformada por algunos extraterrestres, que domina el mundo»; «la vacuna contra el coronavirus contiene un chip para controlar a las personas»?
Como notarán, muchas de estas afirmaciones, son propias de las teorías de conspiración que, hoy por hoy, circulan en internet. El asunto es tan complejo, que, en muchas ocasiones, desmentir estas ideas y abordarlas argumentativamente es insuficiente para que desaparezcan.
Los más preocupante es que este tipo de ideas tienen efectos en el mundo real, por más ridículas o descabelladas que parezcan: un sujeto ingresó armado a una pizzería para rescatar a un grupo de niños que, supuestamente, estaban secuestrados en un sótano por los demócratas; actualmente, muchos niños sufren enfermedades que se creían erradicadas, como la tosferina, el polio o el sarampión, por que sus padres se niegan a vacunarlos; una turba se toma el Congreso de los Estados Unidos por que creen, sin pruebas, que las elecciones fueron robadas.
Entonces, ¿Existe un límite en la racionalidad comunicativa y debemos ser intolerantes con algunas ideas? ¿Qué ocurre con las ideas de aquellas personas que son diferentes y opuestas a las mías? ¿Deben censurarse aquellas que considero inválidas o tan solo ignorarlas?
Un ejemplo que puede ilustrar esta situación fue la manifestación denominada «United the Right», en Charlottesville (Virginia), en 2017. Esta fue convocada por grupos supremacistas blancos, neonazis, neoconfederados y miembros del Ku Kux Klan, para reclamar por la decisión de retirar la estatua del general confederado Robert E. Lee.
La manifestación ultraderechista terminó con un saldo de diecinueve heridos y una persona muerta, cuando un vehículo, conducido por James Fields, un supremacista blanco, arrolló a un grupo de personas que se manifestaban en oposición a “United the Right”. Por su parte, el presidente Trump fue criticado por no rechazar ni condenar la violencia de los supremacistas.

¿Acaso no era un derecho, dentro de una democracia, de los grupos supremacistas defender un símbolo de sus ideales? Precisamente, en aquel entonces, el debate llevó a reflexionar sobre la libertad de expresión y la tolerancia ante este tipo de grupos radicales.
Bien dice la frase que se le atribuiría a Voltaire (aunque, es obra de Beatrice Evelyn Hall):
«No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo».
Realmente, ¿es así? ¿Debemos tolerar este tipo de ideas?
En este punto, es cuando acudimos a la filosofía y a nombres como Karl Popper o John Rawls para responder estas preguntas.
La paradoja de la tolerancia, más allá de Pictoline
En agosto de 2017, Pictoline publicó, tal vez, una de sus ilustraciones más famosas y utilizadas: la paradoja de la tolerancia. La infografía condensaba el pensamiento de Karl Popper de la siguiente manera: «para mantener una sociedad tolerante, la sociedad debe ser intolerante con la intolerancia». Pues, para el autor, una sociedad que tolera a los intolerantes está destinada a verse destruida por los intolerantes.
Si bien la ilustración tenía buenas intenciones, simplificaba demasiado un postulado mucho más complejo de Popper (aquí puede encontrar una versión más apropiada). Al final, circularon diferentes versiones que eran utilizadas para calificar a diferentes grupos como intolerantes, aunque en realidad no lo fueran.
A mediados de 2020, apareció en la reconocida revista Harper’s una carta firmada por varios profesores, artistas y escritores, advirtiendo sobre el deterioro del debate libre de las ideas —llamémosle, racionalidad comunicativa— y la tolerancia en nuestras sociedades, donde una cultura de la cancelación (cancel culture) es promovida desde las redes sociales, donde se boicotea, ataca, avergüenza públicamente o se condena al ostracismo social a un individuo por algún acto o una declaración, que es considerada repudiable o inaceptable (generalmente, en términos morales).
Este debate, conlleva reflexionar sobre el extremismo de la intolerancia con el intolerante, convirtiéndolo en aquello a lo que se opone. Algo interesante es que cuando se cuestionan a los grupos de derecha, estos se consideran víctimas de esta cancel culture, señalando que promueve un pensamiento único que busca acallarlos y acabar con la diversidad de la sociedad. Así, asumen una mentalidad de asedio. Esta fue clave para justificar su postura ante el movimiento Black Lives Matters.
En resumen, nos encontramos en un mundo de sectores intolerantes que se reclaman defensores de la tolerancia y se señalan mutuamente. Pero, para no caer en ese maniqueísmo de la polarización. Es importante abordar lo que realmente nos dicen autores como Popper y Rawls cuando hablan de la tolerancia.
En su reconocida obra, Teoría de la Justicia, John Rawls afirma que una sociedad libre debe tratar de tolerar a los intolerantes, sin embargo, si estos comienzan a poner en peligro a la sociedad libre, no deben ser tolerados. Señala que debe existir una cláusula de autoconservación; por tanto, debemos evaluar —racionalmente— si realmente son una amenaza para nuestras sociedades; es decir, analizar si sobrepasan la raya, antes de actuar.
La postura de Karl Popper sobre la tolerancia, la famosa paradoja, aparece en una nota al pie de su magnífico texto La sociedad abierta y sus enemigos, que es mucho más extenso y complejo de lo que nos puede decir una ilustración. Por eso, quiero reproducirlo textualmente (vale la pena leerlo):
«Menos conocida es la paradoja de la tolerancia: la tolerancia ilimitada debe conducir a la desaparición de la tolerancia. Si extendemos la tolerancia ilimitada incluso a aquellos que son intolerantes, si no estamos dispuestos a defender una sociedad tolerante contra la embestida de lo intolerante, entonces los tolerantes serán destruidos, y la tolerancia con ellos.—En esta formulación, no quiero, por ejemplo, que siempre debemos suprimir la expresión de filosofías intolerantes; mientras podamos contrarrestarlos por argumento racional y mantenerlos en control por la opinión pública, la supresión sería ciertamente muy imprudente. Pero debemos reclamar el derecho a suprimirlos si es necesario incluso por la fuerza; porque puede resultar fácilmente que no están dispuestos a reunirse con nosotros en el nivel de argumento racional, sino comenzar por denunciar todo argumento; pueden prohibir a sus seguidores escuchar argumentos racionales, porque es engañoso, y enseñarles a responder argumentos mediante el uso de sus puños o pistolas. Por lo tanto, debemos alegar, en nombre de la tolerancia, el derecho a no tolerar lo intolerante. Debemos afirmar que cualquier movimiento que predique la intolerancia se coloca fuera de la ley, y debemos considerar la incitación a la intolerancia y la persecución como criminales, de la misma manera que debemos considerar la incitación al asesinato, o al secuestro, o al renacimiento del comercio de esclavos, como criminal».
Como observan, he destacado algunos aspectos que permiten comprender en qué momento, defender la tolerancia exige ser intolerante con la intolerancia. Así:
Primero, debemos tener cuidado de la tolerancia ilimitada. Es decir, no podemos ser apáticos y desinteresados ante lo que ocurre y permitir cualquier manifestación de odio o intolerancia.
En segundo lugar, no debemos suprimir la expresión de los intolerantes, a menos que se invite a la violencia, a la persecución y a ser intolerantes. No debemos tolerar al intolerante cuando escape de la discusión de argumentos racionales.
El intolerante debe reconocer que hay un límite de la tolerancia, que es la discusión racional y el debate público. Si sale de ello, se le considerará fuera de la ley y podemos reclamar el derecho a no tolerar lo intolerante —algo similar, a la cláusula de autoconservación de Rawls.
De esta manera, la primera forma de defendernos del intolerante será mediante nuestra racionalidad, como sociedad liberal que somos. Si esto resulta imposible, es allí cuando debemos actuar. Pero, este rechazo a la intolerancia, corresponde con nuestros marcos racionales, como nuestras normas, leyes o consensos sociales.
Así, debemos ser tolerantes, por ejemplo, cuando un neonazi discute sus ideas en un debate sobre pensamiento político; y debemos ser intolerantes, cuando no esté dispuesto a la discusión racional y busque defender su postura mediante la violencia y el ataque al otro (físico o verbal). Nuestras normas, nuestras leyes y consenso social no aceptan ello.
Tal como ocurrió en Charlottesville, cuya manifestación de grupos ultraderechistas estuvo caracterizada, no por la defensa de sus ideas, sino por un ataque violento —hasta el punto de querer eliminar— a todo aquello que no representara su punto de vista. Allí, es cuando debemos dejar de ser tolerantes y rechazar sus actos, exigir justicia y hacer pagar a los responsables.
No tolerar la intolerancia de Trump
Ahora que la cuenta de Twitter de Donald Trump ha sido suspendida, muchos de sus simpatizantes lo consideran un acto de intolerancia, de falta de democracia.
Sin embargo, durante su gobierno, el presidente ha sido un foco de información falsa, que escapa de la discusión racional; un altavoz de discursos de odio; un hombre que ha usado sus redes para atacar a quienes lo contradicen; no ha rechazado los actos de violencia e intolerancia, por el contrario, ha exaltado a sus protagonistas; ha atacado las normas e instituciones democráticas.
Por ello, es importante mencionar que la decisión de Twitter de suspender la cuenta de Donald Trump es resultado de un proceso, no fue algo arbitrario. Corresponde a un constante desconocimiento de unas normas. Recordemos que:
A finales mayo, tras la muerte de George Floyd, por primera vez, Twitter ocultó un tuit de Trump por glorificar la violencia.
A finales de junio, ocultó de nuevo un tuit por «comportamiento abusivo», al amenazar con el uso de la fuerza armada contra los manifestantes de Black Lives Matters.
Durante toda la campaña presidencial, varios tuits del presidente fueron catalogados como engañosos o incitar a una conducta ilegal, como votar dos veces o atacar el sistema de voto por correo.
Ahora, sus falsas acusaciones de fraude electoral conllevaron a que varias personas se tomaran el Congreso estadounidense por la fuerza. Se ha evidenciado el peligro que representa para una sociedad libre y democrática. De nada valieron las advertencias que hicieron las redes sociales —mensajes de que alertaban al usuario de información dudosa, límites a los retuits, suspensión temporal—.
Es momento de actuar.
Despedirnos de @realDonaldTrump es una forma de ser intolerantes con la intolerancia.
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